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Siempre me he preguntado qué significa la canción navideña "Los peces en el río" me di a investigar y encontré que "Los Peces...




Siempre me he preguntado qué significa la canción navideña "Los peces en el río" me di a investigar y encontré que "Los Peces en el Río" es de origen Español. Es uno de los Villancicos más populares en España y América Latina y su melodía cuenta con una marcada influencia árabe. El autor es desconocido y se considera del dominio público.

Tras la muerte confirmada de Nelson Mandela (según el portal de noticias de CNN ) he decidido subir el poema que avivo el fuego de Mande...

Tras la muerte confirmada de Nelson Mandela (según el portal de noticias de CNN) he decidido subir el poema que avivo el fuego de Mandela en la cárcel durante mucho tiempo. Es un poema escrito por el poeta ingles William Ernest Henley
Invictus:
Más allá de la noche que me envuelve
negra como el abismo insondable,
agradezco al dios que fuere,
por mi alma inconquistable.
En las garras de la circunstancia
no me he estremecido ni he llorado.
Bajo los golpes del azar
mi cabeza sangra, pero está erguida.
Más allá de este lugar de ira y lágrimas
yace el horror de la sombra,
sin embargo la amenaza de los años
me halla y me hallará sin temor.
No importa cuán estrecho sea el camino,
ni cuán cargada de castigos la sentencia,
Soy el amo de mi destino,
soy el capitán de mi alma.

Que la gesta de Mandela aumente en nosotros el deseo de luchar pacíficamente por nuestra libertad.

Paul Walker, de 40 años, será mejor recordado por el público por su amor a la velocidad. Chico de pelo rubio, áspero, con un éxito en taq...

Paul Walker, de 40 años, será mejor recordado por el público por su amor a la velocidad.
Chico de pelo rubio, áspero, con un éxito en taquillas con la famosa franquicia de películas "Fast & Furious" . 
Pero menos conocido es que Walker, quien murió en un trágico accidente automovilístico el sábado, era un cristiano comprometido.

Señor Obama: No a otra matanza en Siria | HazteOir.org Yo ya firme, firma tú tambien

Señor Obama: No a otra matanza en Siria | HazteOir.org
Yo ya firme, firma tú tambien

La vi entrar a misa de domingo, como siempre con el bebé en brazos. Sabía las dificultades que estaban pasando, pero hasta aquella misma se...


La vi entrar a misa de domingo, como siempre con el bebé en brazos. Sabía las dificultades que estaban pasando, pero hasta aquella misma semana no dejaba de ser un malentendido normal en las parejas, que yo esperaba que se resolviese tarde o temprano, ya que ambos eran personas que irradiaban el Bien a su alrededor.

Hacía un año que no venía a tocar su guitarra y a alabar a la Virgen por las mañanas; se dedicaba a cuidar de Viorel, al que yo tuve el honor de bautizar, aunque que yo recuerde no hay ningún santo con ese nombre. Pero seguía frecuentando la iglesia todos los domingos, y siempre hablábamos al final, cuando ya todos se habían ido. Decía que yo era su único amigo; juntos participamos de las adoraciones divinas, pero ahora necesitaba compartir conmigo las necesidades terrenas.

Amaba a Lukás más que a cualquier hombre que hubiese conocido; era el padre de su hijo, la persona que había escogido para compartir su vida, alguien que había renunciado a todo y había tenido el coraje de formar una familia. Cuando empezaron las crisis, ella intentaba hacerle entender que era pasajero, tenía que dedicarse a su hijo, pero no tenía la menor intención de convertirlo en un niño mimado; pronto lo dejaría enfrentarse solito a ciertos desafíos de la vida. A partir de ahí, volvería a ser la esposa y la mujer que él había conocido en las primeras citas, tal vez incluso con más intensidad, porque ahora conocía mejor los deberes y las responsabilidades de la elección que había hecho. Aun así, Lukás se sentía rechazado; ella intentaba desesperadamente dividirse entre los dos, pero siempre se veía obligada a elegir, y en esos momentos, sin la menor sombra de duda, escogía a Viorel.

Con mis parcos conocimientos psicológicos, le dije que no era la primera vez que oía ese tipo de historias, y que los hombres generalmente se sienten rechazados en una situación como ésa, pero que se les pasa pronto; ya había asistido a ese tipo de problema antes, hablando con mis feligreses. En una de estas conversaciones, Athena reconoció que tal vez se había precipitado un poco, el romanticismo de ser una joven madre no la había dejado ver con claridad los verdaderos desafíos que surgen tras el nacimiento de un hijo. Pero ahora era demasiado tarde para arrepentimientos.

Me preguntó si yo podría hablar con Lukás, que jamás iba a la iglesia, ya fuera porque no creía en Dios o porque prefería aprovechar las mañanas de domingo para estar más cerca de su hijo. Yo accedí a hacerlo, siempre que viniera por su propia voluntad. Y cuando Athena estaba a punto de pedirle ese favor, se produjo la gran crisis y su marido se marchó de casa.

Le aconsejé que tuviera paciencia, pero ella estaba profundamente herida. Ya había sido abandonada una vez en su infancia, y todo el odio que sentía hacia su madre biológica le fue transferido automáticamente a Lukás, aunque más tarde, por lo que sé, volvieron a ser buenos amigos. Para Athena, romper los lazos de familia era quizás el pecado más grave que alguien podía cometer.

Siguió frecuentando la iglesia los domingos, pero volvía en seguida a casa, porque ya no tenía con quién dejar a su hijo, y el niño lloraba mucho durante la ceremonia, entorpeciendo la concentración de los demás fieles. En uno de los pocos momentos en los que pudimos hablar, me dijo que estaba trabajando en un banco, que había alquilado un apartamento, y que no me preocupara; el «padre» (había dejado de pronunciar el nombre de su marido) cumplía con sus obligaciones económicas.

Hasta que llegó aquel domingo fatídico.

Yo sabía lo que había pasado durante la semana: me lo había contado uno de los feligreses. Me pasé algunas noches pidiendo que algún ángel me inspirase, que me explicase si debía mantener mi compromiso con la Iglesia o mi compromiso con los hombres. Como el ángel no apareció, me puse en contacto con mi superior y me dijo que la Iglesia sobrevive porque siempre ha sido rígida con sus dogmas (si empezaba a hacer excepciones, habríamos estado perdidos desde la Edad Media). Sabía exactamente lo que iba a pasar, pensé en llamar a Athena, pero no me había dado su nuevo número.

Aquella mañana, mis manos temblaron cuando levanté la hostia, consagrando el pan. Dije las palabras que la tradición milenaria me había transmitido, usando el poder transmitido de generación en generación por los apóstoles. Pero entonces mi pensamiento se dirigió a aquella chica con su niño en brazos, una especie de Virgen María, el milagro de la maternidad y del amor manifestados en el abandono y la soledad, que acababa de ponerse en la fila como hacía siempre, y, poco a poco, se acercaba a comulgar.

Creo que gran parte de la congregación allí presente sabía lo que estaba pasando. Todos me miraban, esperando mi reacción. Me vi rodeado de justos, pecadores, fariseos, sacerdotes del Sanedrín, apóstoles, discípulos, gente de buena y de mala voluntad.

Athena se paró delante de mí y repitió el gesto de siempre: cerró los ojos y abrió la boca para recibir el cuerpo de Cristo.

El cuerpo de Cristo permaneció en mis manos. Ella abrió los ojos, sin entender muy bien lo que estaba pasando.

—Hablamos después —le susurré.

Pero ella no se movía.

—Hay gente detrás, en la cola. Hablamos después.

—¿Qué es lo que pasa? —Todos los que estaban cerca pudieron oír su pregunta.

—Hablamos después.

—¿Por qué no me da la comunión? ¿No ve que me está humillando delante de todo el mundo? ¿No es suficiente todo lo que he pasado?

—Athena, la Iglesia prohíbe que las personas divorciadas reciban el sacramento. Has firmado los papeles esta semana. Hablamos después —insistí una vez más.

Como no se movía, le indiqué a la persona que estaba detrás que pasase por un lado.

Seguí dando la comunión hasta que el último feligrés la hubo recibido. Y entonces, antes de volver al altar, oí aquella voz.

Ya no era la voz de la chica que cantaba para adorar a la Virgen, la que hablaba sobre sus planes, la que se conmovía contando lo que había aprendido sobre la vida de los santos, la que casi lloraba al compartir sus dificultades del matrimonio. Era la voz de un animal herido, humillado, con el corazón lleno de odio.

—¡Pues maldito sea este lugar! —dijo la voz—. Malditos sean aquellos que nunca han escuchado las palabras de Cristo, y que han transformado su mensaje en una construcción de piedra. Pues Cristo dijo: «Venid a mí los que estéis afligidos, que yo os aliviaré». Yo estoy afligida, herida, pero no me dejáis acercarme a Él. Hoy he aprendido que la Iglesia ha transformado esas palabras. ¡Venid a mí los que siguen nuestras reglas, y dejad a los afligidos!

Oí a una de las mujeres de la primera fila decirle que se callase. Pero yo quería escuchar, necesitaba escuchar. Me giré y me puse delante de ella, con la cabeza baja; era lo único que podía hacer.

—Juro que jamás volveré a poner los pies en una iglesia. Otra vez más soy abandonada por una familia, y ahora no se trata de dificultades económicas, ni de la inmadurez de alguien que se casa demasiado pronto. ¡Malditos sean los que le cierran la puerta a una madre y a su hijo! ¡Sois iguales que aquellos que no acogieron a la Sagrada Familia, iguales que el que negó a Cristo cuando él más necesitaba a un amigo!

Y, dando media vuelta, salió llorando, con el niño en brazos. Yo terminé el oficio, di la bendición final y me fui directo a la sacristía; ese domingo no iba a haber confraternización con los fieles, ni conversaciones inútiles.

Ese domingo me encontraba frente a un dilema filosófico: había escogido respetar la institución, y no las palabras en las que se basa la institución.

Ya soy viejo, Dios puede llevarme consigo en cualquier momento. Seguí siendo fiel a mi religión, y creo que, a pesar de todos sus errores, se está esforzando sinceramente por corregirse. Eso le llevará décadas, puede que siglos, pero un día todo lo que se tendrá en cuenta será el amor, la frase de Cristo: «Venid a mí los afligidos, que yo os aliviaré».
He dedicado toda mi vida al sacerdocio, y no me arrepiento ni un segundo de mi decisión. Pero en momentos como el de aquel domingo, aunque no dudase de mi fe, empecé a dudar de los hombres.

Ahora sé lo que pasó con Athena, y me pregunto: ¿empezó todo allí, o ya estaba en su alma? Pienso en las muchas Athenas y Lukás del mundo que se han divorciado y que, por culpa de eso, no pueden recibir el sacramento de la Eucaristía, no les queda más que contemplar al Cristo que sufre crucificado, y escuchar Sus palabras (que no siempre están de acuerdo con las leyes del Vaticano). En unos pocos casos, esa gente se aparta, pero la mayoría siguen yendo a misa los domingos, porque están acostumbrados a eso, incluso siendo conscientes de que el milagro de la transformación del pan y del vino en la carne y la sangre del Señor les está prohibido.

Creo que, al salir de la iglesia, puede que Athena encontrase a Jesús. Y, llorando, se echó en sus brazos, confusa, pidiéndole que le explicase por qué la obligaban a quedarse fuera sólo por culpa de un papel firmado, algo sin la menor importancia en el plano espiritual, y que sólo interesaba a efectos de burocracia y para la declaración de la renta.

Y Jesús, mirando a Athena, probablemente le respondió: —Fíjate bien, hija mía, yo también estoy fuera. Hace mucho tiempo que no me dejan entrar ahí.

Paulo Coelho
La bruja de Portobelo

- Usted no me recuerda - me dijo, quise ocultar mi asombro, pero era evidente, no tenia idea quién era esa joven que me atendía. La cocina...

- Usted no me recuerda - me dijo, quise ocultar mi asombro, pero era evidente, no tenia idea quién era esa joven que me atendía.

La cocina del Padre Luis era modesta, con algunos enseres por aquí, otros por allá, no esperaba mas, trabajar en misión en la comunidad de La esperanza del Río Coco, un lugar remoto del país y muy pobre hace que esta sea sin lugar a dudas una de las casas curales que he visitado mas humildes.

En la mesa había un plato recién hecho de gallo pinto, recién puesto frente a mí por aquella joven.

- Su cara me parece familiar - le mentí, no podía recordar quién era.

- Hace dos años usted llegó a San Jerónimo y dio una predica sobre el Amor de Dios, usted quizás no se dio cuenta pero a partir de ese día me interesé mas por la Iglesia, y ahora que ya tenemos parroquia acá en el Río Coco me ofrecí de voluntaria para apoyar al Padre en la cocina.

- Oh, en serio, Pain pain, estoy muy alegre por usted - recuerdo esa misión, de la cual había vuelto muy triste por considerarla un fracaso, habíamos encontrado pocas personas en la comunidad, la mayoría se encontraban en el campo.

- Estoy muy agradecida con usted - me dijo mientras me hacia señas para que comiera la cena que había preparado.

Pocas veces como esa reflexiono acerca de los fracasos en la obra del Señor, con razón escribió el hagiógrafo: Dios escribe rectos en reglones torcidos.

Esa noche, luego de rezar las completas con el Padre Luis, me quedé un momento en el balcón de la casa cural observando la construccion de madera que funge como templo parroquial.

- ¿En qué piensas Yiyo? - reconocí la voz inmediatamente, pero el nombre que me dio me sonó peculiar.

- ¿Ahora me dices Yiyo? - le contesté entre sonrisas.

- Claro, de Luisiyo, ¿ No te gusta?

- No, sí esta bien, todo lo que salga de ti me cae bien.

Y se sentó al lado mio, observando la Iglesia.

- No te sorprendas de ello, no te sientas grande por haber hecho solamente lo que tienes que hacer - me dijo viendo aun la Iglesia.

- Oh... ok

- ¿Recuerdas a Carolina Vilches? - me preguntó observandome a los ojos con ternura.

- Sí.

- Ella fue una de muchas personas que usé para atraerte a mí - me dijo, y recordé como Carol me invitó aquella mañana de marzo a dar clases de catecismo en la Iglesia, para ese momento yo no consideraba la idea de ser cristiano.

- Cierto, tienes razón, no lo había pensado así.

- Haber, hagamos un juego de memoria, ¿a quién mas crees que usé de la misma manera? - dijo tocandome la mano.

- Gema Gomez - recuerdo que yo solo era catequista pero fue ella quien me convenció de entrar al ministerio de jóvenes de la parroquia San Blas.

- Mmmjumm, alguien más, faltan muchas personas, es que Luchuito vos me saliste duro.

- Ajá, Elioth, lastimosamente no recuerdo el apellido, aquel joven lasallista que impartió el retiro donde te conocí por primera ves.

- jajaja, sí, recuerdas qué pensabas de ese joven al principio, que era "fanático de la galleta" porque le gusta mucho hacer oración frente al Santísimo.

Apenado y sonrojado dije - Sí, fui torpe...

- No sabias muchas cosas aun hijo, no te preocupes por eso, pero sigue, falta alguien mas antes de Carolina.

- mm, no se, antes no asistía a la Iglesia.

- Claro, recuerdas a aquel Edward Lindo y su Papa que lleva el mismo nombre.

- Pero ellos son protestantes

- Sí, pero fueron los primeros que te convencieron en tomar una Biblia, jajaja recuerdo las palabras que usó Edward, aunque Lucho, me gusta decirle a él Alex el RockaZero, bueno, Alex te dijo: Vamos a un evento, ahí habrán muchas chicas tuanis!!! jajaja.

- jajaja ese Alex era loco.

- No te me hagas Yiyo, que vos fuiste de buena gana a ver mujeres y cuando estabas dentro viste que era un evento cristiano.

- Pues sí...aunque sabe que antes de ellos hubieron otros que ya habían sembrado en mí.

- Muy bien, vamos haciendo memoria, dime.

- Don Carlos Sarrias, (qepd) fue con él que aprendí a rezar el rosario pequeño, mi mamá me mandaba donde él todas las noches a rezar, era un buen señor, aunque estaba ciego el pobrecito.

- Él aun reza mucho por ti. - me dijo viendo hacia el cielo, sonreí con alegría, saber que ese gran amigo esta arriba rezando por mí es una gran bendición.

- Y qué me decís de Lesbia? - me dijo regresandome los ojos a él.

- Sí, ella me enseñó mucho de la oración, Lesbia Morales es una gran amiga.

- Ella es otra que aún reza por ti.

- Y el padre Guayo.

- Mmmjum, dime del Padre Eduardo Carrillo.

- Con él me enamoré de la liturgia, ese esmero de él me agradaba, aunque a veces presiona mucho, pero es un buen pastor.

- Debes de rezar por él, así como por todos los sacerdotes Lucho.

- Y por el  Padre Luis, es un gran misionero, sabe le vine a conocer cuando ya estaba perdiendo el fuego misionero en mí, ya dos años en el Río me habían cansado.

- El padre Lucho, es una persona muy loable.

- A poco le dices Lucho también a él.

- Claro, si se llama Luis también, además yo le pongo apodos solo a las personas que mas se me acercan, como tú, como RockaZero, como Guayo.

- Como Pedro, Juan, Jacobo...

- Uhhh, si hago esa lista no terminamos, mejor Yiyo, ve a dormir, dando gracias por tantas personas que te han llevado a mí.

- Sí, verdad, ya es noche. - dije estirando mis brazos y entrando a la casa en busca de mi cuarto, él venía conmigo a darme el beso en la frente de buenas noches.

- Da gracias también por Allan - me dijo mientras caminabamos.

- Por Allan? mi padrastro que nos maltrataba?

- Sí, gracias a él tu corazón fue mas noble, tu corazón comprendió lo que es el sufrimiento y está listo para enfrentar mucho mas.

Dijo mientras dandome el beso en la frente se iba...

Esa noche dormí pensando en como Dios mueve las cosas y como se sirve de todo por rescatarnos.

Y tú, ¿quiénes te han llevado a Dios?