- Ninguno,
absolutamente ninguno, solo yo he quedado, ¿qué sucedió?
Él callaba, bajó su rostro observando el pasto verde de
aquel cuadro de béisbol húmedo por el rocío de la mañana, el cantar de las aves
eran una canción de alabanzas para el creador que él contemplaba sin decir
nada, en su silencio personal, en su estar conmigo y con el universo a la vez,
en esa instante en que me oía sin decir palabras, sin mencionar nada, sin
asentir, sin verme.
Un viento fresco hizo que sus crespos cabellos se movieran
en un danzar suave sobre su rostro, sus ojos cafés contemplando el suelo y ahí
sentado en el verdor del campo, sencillamente existía al lado mío.
- Sabes
cuántos pasamos retiro esos tres días, éramos 80 jóvenes, 80 personas que
soñaban con cambiar sus vidas y de paso el mundo, ahora he quedado solo yo. Los
demás asesinaron su corazón y sus anhelos fueron quemados en la hoguera del
olvido.
- Lucho,
trotemos – me dijo estirando su mano hacia mí en ademan que le ayudara a
levantarse, lo hice, tomé su mano y se incorporó al lado mío.
Él es extraño a veces,
cuando se decide a no contestarme no lo hace, se queda en silencio o como en
este caso, cambia de tema o actividad.
A penas salía el sol y el
cuadro de béisbol del pueblo que me ha acogido desde que salí de Waspam, ya más
de un año, se encontraba completamente vacío, solo yo, él y la creación
alrededor.
Siempre creí que encontraría
a mucha gente ejercitándose, que no era buen lugar para conversar a gusto con
él, claro, para las personas comunes aun es extraño ver a alguien como yo
siendo amigo de él.
- Ya
no puedo más… descansemos – le dije jadeante.
- Vamos
Yiyo, no hemos dado siquiera la vuelta al campo.
- No,
en serio, ya no, caminemos – un agudo dolor en mi abdomen me detuvo por
completo.
Él sonrió, se puso las manos en la cintura y se acercó a
mí.
- Ok
mi hijo, descansa cinco minutos.
Yo me tiré al suelo,
exhausto, agotado y sudando torrencialmente. Él por su parte hacia ejercicios
de flexión.
“Admiro su fortaleza, su
templanza, su carácter, sinceramente quiero ser como él, aunque lo admito, me
encuentro muy lejos de alcanzar su estatura.” Pensaba para mí mismo.
- Ni
tanto Luchito, no te menosprecies. – me dijo sonriente mientras hacía unas
sentadillas.
- ¿Cómo?
No te entendí. – le dije. Siempre olvido que él puede entrar en lo más profundo
de mis pensamientos y ahí habitar como su morada.
- Mira
que ni tan alto soy, jejeje – me dijo sintiendo, su sonrisa siempre me ha
cautivado, muchos lo creen serio, si tan solo se acercaran notaran lo bromista
que es.
- Sabes
que no me refiero a eso – le dije levantándome de nuevo del suelo húmedo.
El me dio una palmada en la
espalda y se echó a correr.
- ¡Veamos
quien llega primero a home play! - Me
gritó mientras corría rápidamente
Yo le seguí, por un momento me hice a la idea que le
alcanzaría, que lograría ganarle, armado de valor corrí hasta alcanzarle.
Hombro a hombro, parecía un final de fotografía,
entusiasmado por llegar a home primero que aquel a quien admiro rotundamente,
aquel que me inspira los más grandes ideales que puede alguien anhelar, aquel
que tiene pocos amigos porque muchos no se le acercan por miedo, por no
aventurarse a conocerlo mejor.
Home cada vez más cerca y los dos lado a lado, él me
observa y me señala rápidamente mis zapatos
¡Un cordón suelto! Pensé… lo observé y no, no había nada,
todo en su lugar, cuando alce de nuevo la vista, él ya me había aventajado, no
puede ser, me dije y en un rápido aventón de locura me barrí a home, una nube
de polvo se levantó cubriéndolo todo.
Cuando el polvo se disipó note que mis manos tocaban home
¡ante que sus pies!
¡Gané! ¡Gané! ¡Gané! – grité fuertemente.
Dándome la mano, él me reincorporó, me abrazó fuertemente
y me dijo.
- ¡Eres
el nuevo Israel! – me dijo, recordando el pasaje de Jacob y el ángel me sonreí
con emoción, le abrace también.
- Vámonos
que ya es tarde y tienes que alistarte para ir al trabajo – me dijo mientras
caminábamos a la salida del estadio de béisbol de Quilali. Ya había gente
afuera.
Señoras pasaban con panas de
maíz hacia el molino, hombres con machete se dirigían al campo a realizar sus
labores diarias, mientras yo caminaba a su lado de regreso a casa.
- Quiero
que recuerdes esto – me dijo mientras caminábamos – muchos son los llamados,
pocos los escogidos. Lucho, yo te he escogido, así que no hay pretextos, no me
defraudes.
Llegue a casa, saque mis
llaves, abrí la puerta y cuando voltee ya no estaba, al menos ya no a mi vista.
Di gracias por un día más y olvidé la preocupación con la que había despertado.
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