Despiertan mis manos sedientas del nectar que destila tu piel, el suave rubor de tu tes nocturna, el crugir de hojas en tu cabello otoñal,...

Esclavo del placer de Venus




Despiertan mis manos sedientas del nectar que destila tu piel,
el suave rubor de tu tes nocturna,
el crugir de hojas en tu cabello otoñal,
han hecho que el noctambulo emergiera en tu búsqueda,
como atalaya que avisora tu llegada,
el evangelio de la rosa codiciada,
el advenimiento del sublime placer.

Cae gota a gota,
como rocío matutino en tus delicados pétalos
el aceite aromático de los dioses del Olimpo
que introducen con suavidad el sueño de Eros en su rapto de Psiquies
el éxtasis fantástico, el apetito insaciable de tu piel de noche
Bañando el monte sagrado donde los espíritus emergen.

Eres el principio y fin de cada hombre
eres el baluarte de la eterna lucha hacia la iluminación perfecta
esos instantes eternos de gloria
donde se saborea el elixir de la vida desde su misma fuente.

Invadido de deseo me acerco a los febriles cántaros
de leche y miel
paseando mi lengua, que ha cesado de hablar, por el contorno de tan exitantes vasos
mientras la humedad de tu cáliz se percibe por el movimiento de la danza
que empezamos a confundir con gemidos.
Una danza desenfrenada
una danza rítmica
invadiendo cada palmo de nuestra piel de sudor puro, sin macula, virginal.

Y el cáliz empezó a brillar
mirra y aloe se desprendía en su contorno
era un llamado hipnotizante a beberle, a saborearle, a sumergirme en él.

Mis labios con delicadeza besaron los suyos
esos labios divinos de Venus que son la puerta a sus aposentos santos
al Sactom Sactorum
en donde convergen nuestra realidad humana y la divina
Con reverencia le besé mientras tus gemidos se volvían melodía
le besé mientras el velo del templo se abría ante mí
le besé cuando con un grito inaudible me invitabas a entrar
le besé y el universo mismo quedó en silencio
en espectativa
sintiendo con ese silencio la invitación de los espíritus
a la profanación de lo sagrado.

Y le profane...

En ese bethel del que emerge la vida, entré triunfante
cual David, danzando
al ritmo de la canción del mar
movimientos ondulantes, ires y venires de plenitud
ires y venires de locura
ires y venires sin dirección aparente
trasladándome del cielo al infierno en cuestión de segundos.

Repentinamente un fuego que empezó en mi pecho
decendiendo hasta mi pelvis
invadió todos mis sentidos, un fuego insaciable
indescriptible
seguramente el fuego que robó Prometeo a los dioses antiguos
el fuego que nos hace humanos
el fuego que crea nuevos seres
participando del poder de Dios
el poder de la creación.

El fuego nos invadió y explotó cual volcán
incienso y mirra
aloe y especias
aceite aromáticos
leche y miel
y sudor inmaculado
en un abrazo que culminó nuestro peregrinar al cielo.

Del deseo de mis labios,
del sueño de mis manos,
del placer extasiante que explora mi ser,
cuando, en el silencio de la diosa,
el murmullo de tu cuerpo,
Venus desciende hasta su monte sagrado,
donde guarda la rosa su dulce miel.

Ahí y solo ahí, puedo ser,
ahí y solo ahí me descubro existente,
esclavo soy de lo que intento poseer.

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