La luna había decidido ocultarse esa noche, allí estaba ella, vagando en las paredes de mi memoria, allí estaba yo, en el desvelo causado p...

Inerte en el allá


La luna había decidido ocultarse esa noche, allí estaba ella, vagando en las paredes de mi memoria, allí estaba yo, en el desvelo causado por los recuerdos y la incertidumbre de la lejanía.


Dónde estas rosa escogida, flor pérdida de mi jardín, dónde quedas sin tu aroma que dejaste en mí, qué eres sin el calor que olvidaste en mi cuerpo crisálida, donde vives más que en mi mente en vigilia perpetua por tu amor.


El viento frio de diciembre amenazaba con arrancar el deseo de la soledad. Aquellos arboles de naranja meciéndose al compas de mi hamaca no eran suficiente para relajarme, ella sigue en mí, usurpando el lugar que otrora era mi alma. Ella sigue en mí, besando mis labios necesitados de cercanía, ella sigue en mí martirizándome en el deseo de tocarla. Ella sigue en mí y yo en la nada.

Vuelve color de mi aura, shi de mis shakras, vuelve sangre de mis arterias, luz de mis días, oscuridad a mis noches amargas. Vuelve alma mía, vuelve a mí, esperanza.

Mientras mi cuerpo vacío de mí se rendía a la inercia, unas hojas cayeron en mi pecho, hojas verdes, no marchitas por la muerte, dos, en forma de corazón, mi Espíritu y el de ella, ella y yo.


El hilo de plata que nos une me traslada sus pensamientos, me recuerda tanto como yo a ella, me recuerda y vuelvo a mí.

Y me decido por dormir…

Luís Alberto Lira.

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