- ¿No te da pesar irte de Quilalí? - me preguntó, yo tomé un sorbo de la taza de café contemplando el árbol de navidad en la esquina de la s...

Del café y otras epifanías.

- ¿No te da pesar irte de Quilalí? - me preguntó, yo tomé un sorbo de la taza de café contemplando el árbol de navidad en la esquina de la sala. Me recosté en el sofá y suspiré.

- Imagino que irás conmigo - pregunté casi afirmándolo, casi pidiéndolo, deseándolo.

Ella se sentó a mi lado, afuera caía una ligera brisa que ahondaba el frió, "a veces no sé si exprimir el sol para sentir calor" me dije a mi mismo, apesarado por haber vivió el máximo viento invernal que ahogó la llama de mi entusiasmo, de mi vida.

- Por supuesto que sí - contestó, su cuerpo fúnebre era aquella nieve cargada de calidez. - Pero eso no contesta mi pregunta, ¿En serio te irás?

Puse la taza de café en la mesa de centro, me levanté, di unos pasos a la puerta principal, la gente pasaba y observaban, como si supieran la respuesta de aquella pregunta.

- No sé qué decirte - le dije, ella se quedó observando sin variar su postura.

- Habla con el corazón, como sabes hacerlo, habla en prosa - me insistió.

- Sabes, - acercándome a ella, contesté - en Quilali he vivido las mas intensas de mis soledades, perdí mucho de mí mismo, mi esencia se destiló entre los arboles de pino y el río jicaro, y ahi, en la nada muchos de mis sueños se redujeron a escombros, muchas de mis pretensiones se convirtieron en fracasos y yo poco a poco me empece a mezclar en las sombras del pecado. Herí y resulté completamente herido.

Ella no decía nada, ahí sentada solo se dispuso a rellenar mi taza de cafe.

- Hace unos años me recibieron, me aceptaron como uno de ellos, me paseé por sus plazas, por sus calles y sonreía, te lo juro, me sentía en casa, quilaliano me decía, pero, como el lobo de Gubbia, "me apalearon y me echaron fuera. Y su risa fue como un agua hirviente" conocí lo peor en unos pocos meses y, aunque a veces inocente fue para mí casi la experiencia de la muerte. ¿Pesar? no lo sé Lilith, ya no quiero vivir en este estado del alma, es una agonía constante.

- Agonía - me dijo haciéndome un gesto que me invitaba a sentarme a su lado.

- Sabes, ver caer ese castillo que construiste, no con ladrillos, no con cemento, ¡con lagrimas y sangre! y, así como si nada, lo derrumban a tus ojos mientras te acusan de traición. No, Lilith, mi corazón no soportó tanto, se marchitó y seguramente por eso a él no lo he visto, se perdió desde aquella noche que la muerte vino a mi y me reclamo como herencia.

- Pero estas aquí, aquí conmigo.

- Lo sé, Lilith, pero no eres lo suficientemente real. - Mis labios empezaron a temblar desfigurando mi rostro en una amarga mueca.

- Lucho, llora, no te reprimas esa pesadumbre que se materializa en tus ojos como manantial caudaloso.

Me acerqué a su hombro y lloré, como ya muchas veces lo he hecho. Mis mejillas se gastaron en este pueblo se erosionaron por el correr de mis lagrimas saladas, que nadie vio o que muchos aun a estas fechas han ridiculizado.

- Sabes, Lobo de Gubbia - me dijo con una leve sonrisa mientras secaba mi rostro - toma tu taza de café.

No lo entendí, me senté y bebí de la taza que Lilith me servía, en ese momento, como una catarsis, como una epifanía mis ojos se abrieron, el sabor de aquel café me trasladó a muchos lugares, momentos.

Me vi en la cocina de Ivan con aquellos chistes picantes y aquellas platicas de teología, con Magda y Blanca riéndose o ruborizándose según lo que decíamos.

Me vi en la sala de Jorge y Heymar hablando de anime, Los Simpson o de aplicaciones de teléfono, acompañado por Douglas, Evert y una que otra vez de Janier, el Cristianeitor.

Me vi en casa de Rudy y Elizabeth conversando sobre guitarras, sobre proyectos, sobre filosofía. Me vi en Caulatu, en casa de Koni, Lilian o de Christian.

Me vi en San Bartolo, en casa de Doña Maria, en Arenales con Iris, Rosa y Dilcia.
Me vi en Wanas, Las Cruces, Las Vigías, me vi en tantos hogares, me vi en tantas alegrías, incluso me vi en la oficina, con tantas conversaciones algunas profanas otras divinas.

- Sin café es imposible agradar a Dios, decías ante cada taza, recuerdas.

Sonreí, la nostalgia me invadió, había ido detrás de la libélula vaga sin entender que en esas oscuridades extremas experimenté el mas bello sol.

- Lucho, ¿ahora lo entiendes? tuviste que pasar por los mas oscuros valles para conocer la mas radiante luz, y todo, absolutamente todo formó parte del plan que él marcó para ti.

- Fue el mas cruel plan.

- Así obra él, hace pasar a los suyos por las llamas mas intensas, conociste el amor de tus amigos, los que te defendían, Nereyda, Lexania, Yarileth; los que te aconsejaban, Glendys, Teresa, Manuel. Habían algunos que tan solo te brindaban compañía, otros oraban por ti. Luchito, tuviste grandes razones para ser feliz.

- Y ahora que te vas, lleva contigo la mas grande sonrisa, amaste, fuiste amado, se feliz, aunque no lo notaste,


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