-        Ninguno, absolutamente ninguno, solo yo he quedado, ¿qué sucedió? Él callaba, bajó su rostro observando el pasto verde de aque...

-       Ninguno, absolutamente ninguno, solo yo he quedado, ¿qué sucedió?

Él callaba, bajó su rostro observando el pasto verde de aquel cuadro de béisbol húmedo por el rocío de la mañana, el cantar de las aves eran una canción de alabanzas para el creador que él contemplaba sin decir nada, en su silencio personal, en su estar conmigo y con el universo a la vez, en esa instante en que me oía sin decir palabras, sin mencionar nada, sin asentir, sin verme.

Un viento fresco hizo que sus crespos cabellos se movieran en un danzar suave sobre su rostro, sus ojos cafés contemplando el suelo y ahí sentado en el verdor del campo, sencillamente existía al lado mío.

-       Sabes cuántos pasamos retiro esos tres días, éramos 80 jóvenes, 80 personas que soñaban con cambiar sus vidas y de paso el mundo, ahora he quedado solo yo. Los demás asesinaron su corazón y sus anhelos fueron quemados en la hoguera del olvido.

-       Lucho, trotemos – me dijo estirando su mano hacia mí en ademan que le ayudara a levantarse, lo hice, tomé su mano y se incorporó al lado mío.

Él es extraño a veces, cuando se decide a no contestarme no lo hace, se queda en silencio o como en este caso, cambia de tema o actividad.

Empezamos a trotar, uno al lado del otro, en aquel ejercicio matutino que hemos iniciado desde el primer viernes de cuaresma, fue una propuesta de él para mejorar mi fuerza de voluntad, me conoce tan bien que sabe que el mejor sacrificio que puedo hacer en ofrenda es dejar moldear mi carácter por sus manos suaves y firmes. Levantarme a las cuatro y media de la mañana me cuesta más que hacer ayunos todo el día, por ello, el día que, con él, planeaba mi cuaresma me repitió al oído constantemente “levántate por la mañana, tienes una cita conmigo… a correr” fue tan insistente y repetitivo que no tuve nada más que aceptar su idea.


A penas salía el sol y el cuadro de béisbol del pueblo que me ha acogido desde que salí de Waspam, ya más de un año, se encontraba completamente vacío, solo yo, él y la creación alrededor.

Siempre creí que encontraría a mucha gente ejercitándose, que no era buen lugar para conversar a gusto con él, claro, para las personas comunes aun es extraño ver a alguien como yo siendo amigo de él.

-       Ya no puedo más… descansemos – le dije jadeante.

-       Vamos Yiyo, no hemos dado siquiera la vuelta al campo.

-       No, en serio, ya no, caminemos – un agudo dolor en mi abdomen me detuvo por completo.

Él sonrió, se puso las manos en la cintura y se acercó a mí.

-       Ok mi hijo, descansa cinco minutos.

Yo me tiré al suelo, exhausto, agotado y sudando torrencialmente. Él por su parte hacia ejercicios de flexión.

“Admiro su fortaleza, su templanza, su carácter, sinceramente quiero ser como él, aunque lo admito, me encuentro muy lejos de alcanzar su estatura.” Pensaba para mí mismo.

-       Ni tanto Luchito, no te menosprecies. – me dijo sonriente mientras hacía unas sentadillas.

-       ¿Cómo? No te entendí. – le dije. Siempre olvido que él puede entrar en lo más profundo de mis pensamientos y ahí habitar como su morada.

-       Mira que ni tan alto soy, jejeje – me dijo sintiendo, su sonrisa siempre me ha cautivado, muchos lo creen serio, si tan solo se acercaran notaran lo bromista que es.

-       Sabes que no me refiero a eso – le dije levantándome de nuevo del suelo húmedo.
El me dio una palmada en la espalda y se echó a correr.

-       ¡Veamos quien llega primero a home play! -  Me gritó mientras corría rápidamente
Yo le seguí, por un momento me hice a la idea que le alcanzaría, que lograría ganarle, armado de valor corrí hasta alcanzarle.

Hombro a hombro, parecía un final de fotografía, entusiasmado por llegar a home primero que aquel a quien admiro rotundamente, aquel que me inspira los más grandes ideales que puede alguien anhelar, aquel que tiene pocos amigos porque muchos no se le acercan por miedo, por no aventurarse a conocerlo mejor.

Home cada vez más cerca y los dos lado a lado, él me observa y me señala rápidamente mis zapatos

¡Un cordón suelto! Pensé… lo observé y no, no había nada, todo en su lugar, cuando alce de nuevo la vista, él ya me había aventajado, no puede ser, me dije y en un rápido aventón de locura me barrí a home, una nube de polvo se levantó cubriéndolo todo.

Cuando el polvo se disipó note que mis manos tocaban home ¡ante que sus pies!
¡Gané! ¡Gané! ¡Gané! – grité fuertemente.

Dándome la mano, él me reincorporó, me abrazó fuertemente y me dijo.

-       ¡Eres el nuevo Israel! – me dijo, recordando el pasaje de Jacob y el ángel me sonreí con emoción, le abrace también.

-       Vámonos que ya es tarde y tienes que alistarte para ir al trabajo – me dijo mientras caminábamos a la salida del estadio de béisbol de Quilali. Ya había gente afuera.

Señoras pasaban con panas de maíz hacia el molino, hombres con machete se dirigían al campo a realizar sus labores diarias, mientras yo caminaba a su lado de regreso a casa.

-       Quiero que recuerdes esto – me dijo mientras caminábamos – muchos son los llamados, pocos los escogidos. Lucho, yo te he escogido, así que no hay pretextos, no me defraudes.

Llegue a casa, saque mis llaves, abrí la puerta y cuando voltee ya no estaba, al menos ya no a mi vista. Di gracias por un día más y olvidé la preocupación con la que había despertado.