Siempre me he preguntado qué significa la canción navideña "Los peces en el río" me di a investigar y encontré que "Los Peces...




Siempre me he preguntado qué significa la canción navideña "Los peces en el río" me di a investigar y encontré que "Los Peces en el Río" es de origen Español. Es uno de los Villancicos más populares en España y América Latina y su melodía cuenta con una marcada influencia árabe. El autor es desconocido y se considera del dominio público.

Tras la muerte confirmada de Nelson Mandela (según el portal de noticias de CNN ) he decidido subir el poema que avivo el fuego de Mande...

Tras la muerte confirmada de Nelson Mandela (según el portal de noticias de CNN) he decidido subir el poema que avivo el fuego de Mandela en la cárcel durante mucho tiempo. Es un poema escrito por el poeta ingles William Ernest Henley
Invictus:
Más allá de la noche que me envuelve
negra como el abismo insondable,
agradezco al dios que fuere,
por mi alma inconquistable.
En las garras de la circunstancia
no me he estremecido ni he llorado.
Bajo los golpes del azar
mi cabeza sangra, pero está erguida.
Más allá de este lugar de ira y lágrimas
yace el horror de la sombra,
sin embargo la amenaza de los años
me halla y me hallará sin temor.
No importa cuán estrecho sea el camino,
ni cuán cargada de castigos la sentencia,
Soy el amo de mi destino,
soy el capitán de mi alma.

Que la gesta de Mandela aumente en nosotros el deseo de luchar pacíficamente por nuestra libertad.

Paul Walker, de 40 años, será mejor recordado por el público por su amor a la velocidad. Chico de pelo rubio, áspero, con un éxito en taq...

Paul Walker, de 40 años, será mejor recordado por el público por su amor a la velocidad.
Chico de pelo rubio, áspero, con un éxito en taquillas con la famosa franquicia de películas "Fast & Furious" . 
Pero menos conocido es que Walker, quien murió en un trágico accidente automovilístico el sábado, era un cristiano comprometido.

Cuando veo tu rostro Señor rodeado de luz y pureza y mis manos sucias y fétidas manchadas del carmesí de tu sangre no entiendo tu locura...

Cuando veo tu rostro Señor
rodeado de luz y pureza
y mis manos sucias y fétidas
manchadas del carmesí de tu sangre
no entiendo tu locura de amor
no entiendo porqué tienes que amarme...

Mírame Señor,
no soy nada
mis pecados rodean de espinas tu frente
mis pasos cada ves te empujan al calvario
¡Soy la causa de tu muerte!!!

Cual ángel caído mi soberbia me envuelve
mis oídos se gozan de halagos 
lusbel es humilde frente al orgullo que me corroe
y las palabras de odio que salen de mis labios.

No me ames Señor, no lo merezco
he de fayarte mil y una ves
No me ames Señor, dejame muerto
No tienes por mí que padecer.

No me escuchas y te entregas
me ves como padre ante su campeón
tu manto me cubre, tu sangre me riega
demostrando el verdadero significado del amor.

Me amas aunque no lo merezco
Me amas aunque no te devuelvo amor.

Todos se fueron. Yo me quedé ahí, sentado en la tarima de la casa pastoral, en el piso quedaban aun restos de emoción, energía y juventud....

Todos se fueron. Yo me quedé ahí, sentado en la tarima de la casa pastoral, en el piso quedaban aun restos de emoción, energía y juventud. Los restos de una rosa, que recién se habían usado en una danza, recordaban el poder de los jóvenes cuando usan su energía correctamente. Más, no me sentía bien.

Ahí en la completa oscuridad sin más compañía que aquellos pétalos de rosa en el piso y la oscuridad, oh sí, la oscuridad, mi albergue de melancolía, en donde nadie puede observar mis lágrimas, en donde puedo arrugar mi rostro cargado de cansancio  y golpear mi pecho cargado de pecados. Ahí, en mi albergue seguro de emociones, me tiré al piso, y derrame todo mi pecho que contenía aquellas palabras, con el pensamiento recurrente de desistir, de abandonarlo todo, de tirar la cruz y seguir mi propio camino, de dejar de ser y empezar a no ser.

Repentinamente escucho unos pasos, un caminar muy conocido, no lo puedo creer, el sonido de sus zapatos resonó todo el auditorio de la casa pastoral y avanzaba en completa oscuridad hacia mí. ¿Será él?

- Lucho, hijo - sus palabras, mi corazón se conmovió, un dolor semejante al de una aguja atravesándolo hizo mover mi mano a mi pecho.

No puedo creer tanto tiempo tengo de no verlo, y en la oscuridad perfecta aparece.

- ¿Puedo sentarme acá? - preguntó yo me quedé pasmado de asombro no hice otra cosa que abrazarlo, abrazarlo con fuerzas

En su pecho se soltaron mis lágrimas, mis brazos le cubrieron completamente, no sé si fueron minutos u horas, pero recostado a él el tiempo se vuelve indefinible.

- Tranquilo Luchito, aquí estoy, yo te lo prometí - decía mientras acariciaba mi cabeza con sus suaves manos, esas manos marcadas con el amor.

 - Te he extrañado tanto - le dije, desde que vivía en Waspam no le había visto, me he sentido tan solo en medio de estas multitudes, cuando el escenario se torna vacío una sola sonrisa bastaría, cuando las velas se apagan y el inciencio deja de subir hasta el altar la luz de un "sigue" me colmaría de esperanza, mas no lo obtengo, solo mi impulso hueco de continuar, solo mi autocompasión diciéndome que lo estoy haciendo para Dios, que todo el sacrificio vale la pena. No es suficiente.

Lo abrace y me quedé perdido en sus brazos, en su corazón ardiente.

- Hijo, yo no te he dejado, nunca lo haría, créeme - me dijo y se sentó observando el auditorio. Su mirada tierna me conmueve.

- Vino bastante gente, te felicito - me dijo - pero, en tu corazón persiste aquel vacío, ¿Por qué?

- No lo sé, siento que esto es inútil. Sabes, el lema del evento era: bellas en las manos del rey, y temo que aun tus manos están vacías. Este esfuerzo no tiene sentido, quiero que te conozcan, pero no logro llevarlos a ti.

- Tranquilo, ven te mostraré algo - me dijo tomándome de la mano, me sentí como un niño con su papá, y así era. Caminó y yo le seguía, estaba oscuro pero sé que mi pie no puede tropezar ya que él me conduce.

Bajamos las gradas del escenario y nos dirigimos a una de las sillas.

- Siéntate acá - me dijo - mira hacia el escenario - estaba completamente en penumbras, más aun así le obedecí. Me senté, respiré profundamente y cerré mis ojos para observar mejor.

Repentinamente apareció Marcos* ensayando en el escenario, en su pecho se miraba una luz tenue, estaba solo, mas practicaba su papel en una de las obras a presentarse con esmero. Él estaba ahí viéndolo sonriente, Marcos no lo notaba, él empezó a aplaudir emocionado por la obra que Marcos ensayaba, me sonreí, para mi sorpresa Marcos volteó hacia donde se encontraba él, fue intuitivo, aparentemente no vio más, y siguió con su ensayo.

- Lo aprecias - me preguntó - su corazón se está preparando para conocerme.

- Sabes - me dijo - muchas veces, las cosas más sencillas abonan en el corazón de estos jóvenes una chispa que germinara en un sol, ellos son luz del mundo, necesitan una razón para mantenerse brillando.

- Por favor, dales esa razón - me dijo mientras tomaba mi hombro - quiero que me amen, quiero que los ames, solo así sabré que me amas.

- Yo te amo - le contesté - yo te amo

- Lo sé, pero eso es lo que pido de tu amor, no desistas.

No, no lo haré.

                                                                                                                 
      * El nombre fue cambiado

Señor Obama: No a otra matanza en Siria | HazteOir.org Yo ya firme, firma tú tambien

Señor Obama: No a otra matanza en Siria | HazteOir.org
Yo ya firme, firma tú tambien

La vi entrar a misa de domingo, como siempre con el bebé en brazos. Sabía las dificultades que estaban pasando, pero hasta aquella misma se...


La vi entrar a misa de domingo, como siempre con el bebé en brazos. Sabía las dificultades que estaban pasando, pero hasta aquella misma semana no dejaba de ser un malentendido normal en las parejas, que yo esperaba que se resolviese tarde o temprano, ya que ambos eran personas que irradiaban el Bien a su alrededor.

Hacía un año que no venía a tocar su guitarra y a alabar a la Virgen por las mañanas; se dedicaba a cuidar de Viorel, al que yo tuve el honor de bautizar, aunque que yo recuerde no hay ningún santo con ese nombre. Pero seguía frecuentando la iglesia todos los domingos, y siempre hablábamos al final, cuando ya todos se habían ido. Decía que yo era su único amigo; juntos participamos de las adoraciones divinas, pero ahora necesitaba compartir conmigo las necesidades terrenas.

Amaba a Lukás más que a cualquier hombre que hubiese conocido; era el padre de su hijo, la persona que había escogido para compartir su vida, alguien que había renunciado a todo y había tenido el coraje de formar una familia. Cuando empezaron las crisis, ella intentaba hacerle entender que era pasajero, tenía que dedicarse a su hijo, pero no tenía la menor intención de convertirlo en un niño mimado; pronto lo dejaría enfrentarse solito a ciertos desafíos de la vida. A partir de ahí, volvería a ser la esposa y la mujer que él había conocido en las primeras citas, tal vez incluso con más intensidad, porque ahora conocía mejor los deberes y las responsabilidades de la elección que había hecho. Aun así, Lukás se sentía rechazado; ella intentaba desesperadamente dividirse entre los dos, pero siempre se veía obligada a elegir, y en esos momentos, sin la menor sombra de duda, escogía a Viorel.

Con mis parcos conocimientos psicológicos, le dije que no era la primera vez que oía ese tipo de historias, y que los hombres generalmente se sienten rechazados en una situación como ésa, pero que se les pasa pronto; ya había asistido a ese tipo de problema antes, hablando con mis feligreses. En una de estas conversaciones, Athena reconoció que tal vez se había precipitado un poco, el romanticismo de ser una joven madre no la había dejado ver con claridad los verdaderos desafíos que surgen tras el nacimiento de un hijo. Pero ahora era demasiado tarde para arrepentimientos.

Me preguntó si yo podría hablar con Lukás, que jamás iba a la iglesia, ya fuera porque no creía en Dios o porque prefería aprovechar las mañanas de domingo para estar más cerca de su hijo. Yo accedí a hacerlo, siempre que viniera por su propia voluntad. Y cuando Athena estaba a punto de pedirle ese favor, se produjo la gran crisis y su marido se marchó de casa.

Le aconsejé que tuviera paciencia, pero ella estaba profundamente herida. Ya había sido abandonada una vez en su infancia, y todo el odio que sentía hacia su madre biológica le fue transferido automáticamente a Lukás, aunque más tarde, por lo que sé, volvieron a ser buenos amigos. Para Athena, romper los lazos de familia era quizás el pecado más grave que alguien podía cometer.

Siguió frecuentando la iglesia los domingos, pero volvía en seguida a casa, porque ya no tenía con quién dejar a su hijo, y el niño lloraba mucho durante la ceremonia, entorpeciendo la concentración de los demás fieles. En uno de los pocos momentos en los que pudimos hablar, me dijo que estaba trabajando en un banco, que había alquilado un apartamento, y que no me preocupara; el «padre» (había dejado de pronunciar el nombre de su marido) cumplía con sus obligaciones económicas.

Hasta que llegó aquel domingo fatídico.

Yo sabía lo que había pasado durante la semana: me lo había contado uno de los feligreses. Me pasé algunas noches pidiendo que algún ángel me inspirase, que me explicase si debía mantener mi compromiso con la Iglesia o mi compromiso con los hombres. Como el ángel no apareció, me puse en contacto con mi superior y me dijo que la Iglesia sobrevive porque siempre ha sido rígida con sus dogmas (si empezaba a hacer excepciones, habríamos estado perdidos desde la Edad Media). Sabía exactamente lo que iba a pasar, pensé en llamar a Athena, pero no me había dado su nuevo número.

Aquella mañana, mis manos temblaron cuando levanté la hostia, consagrando el pan. Dije las palabras que la tradición milenaria me había transmitido, usando el poder transmitido de generación en generación por los apóstoles. Pero entonces mi pensamiento se dirigió a aquella chica con su niño en brazos, una especie de Virgen María, el milagro de la maternidad y del amor manifestados en el abandono y la soledad, que acababa de ponerse en la fila como hacía siempre, y, poco a poco, se acercaba a comulgar.

Creo que gran parte de la congregación allí presente sabía lo que estaba pasando. Todos me miraban, esperando mi reacción. Me vi rodeado de justos, pecadores, fariseos, sacerdotes del Sanedrín, apóstoles, discípulos, gente de buena y de mala voluntad.

Athena se paró delante de mí y repitió el gesto de siempre: cerró los ojos y abrió la boca para recibir el cuerpo de Cristo.

El cuerpo de Cristo permaneció en mis manos. Ella abrió los ojos, sin entender muy bien lo que estaba pasando.

—Hablamos después —le susurré.

Pero ella no se movía.

—Hay gente detrás, en la cola. Hablamos después.

—¿Qué es lo que pasa? —Todos los que estaban cerca pudieron oír su pregunta.

—Hablamos después.

—¿Por qué no me da la comunión? ¿No ve que me está humillando delante de todo el mundo? ¿No es suficiente todo lo que he pasado?

—Athena, la Iglesia prohíbe que las personas divorciadas reciban el sacramento. Has firmado los papeles esta semana. Hablamos después —insistí una vez más.

Como no se movía, le indiqué a la persona que estaba detrás que pasase por un lado.

Seguí dando la comunión hasta que el último feligrés la hubo recibido. Y entonces, antes de volver al altar, oí aquella voz.

Ya no era la voz de la chica que cantaba para adorar a la Virgen, la que hablaba sobre sus planes, la que se conmovía contando lo que había aprendido sobre la vida de los santos, la que casi lloraba al compartir sus dificultades del matrimonio. Era la voz de un animal herido, humillado, con el corazón lleno de odio.

—¡Pues maldito sea este lugar! —dijo la voz—. Malditos sean aquellos que nunca han escuchado las palabras de Cristo, y que han transformado su mensaje en una construcción de piedra. Pues Cristo dijo: «Venid a mí los que estéis afligidos, que yo os aliviaré». Yo estoy afligida, herida, pero no me dejáis acercarme a Él. Hoy he aprendido que la Iglesia ha transformado esas palabras. ¡Venid a mí los que siguen nuestras reglas, y dejad a los afligidos!

Oí a una de las mujeres de la primera fila decirle que se callase. Pero yo quería escuchar, necesitaba escuchar. Me giré y me puse delante de ella, con la cabeza baja; era lo único que podía hacer.

—Juro que jamás volveré a poner los pies en una iglesia. Otra vez más soy abandonada por una familia, y ahora no se trata de dificultades económicas, ni de la inmadurez de alguien que se casa demasiado pronto. ¡Malditos sean los que le cierran la puerta a una madre y a su hijo! ¡Sois iguales que aquellos que no acogieron a la Sagrada Familia, iguales que el que negó a Cristo cuando él más necesitaba a un amigo!

Y, dando media vuelta, salió llorando, con el niño en brazos. Yo terminé el oficio, di la bendición final y me fui directo a la sacristía; ese domingo no iba a haber confraternización con los fieles, ni conversaciones inútiles.

Ese domingo me encontraba frente a un dilema filosófico: había escogido respetar la institución, y no las palabras en las que se basa la institución.

Ya soy viejo, Dios puede llevarme consigo en cualquier momento. Seguí siendo fiel a mi religión, y creo que, a pesar de todos sus errores, se está esforzando sinceramente por corregirse. Eso le llevará décadas, puede que siglos, pero un día todo lo que se tendrá en cuenta será el amor, la frase de Cristo: «Venid a mí los afligidos, que yo os aliviaré».
He dedicado toda mi vida al sacerdocio, y no me arrepiento ni un segundo de mi decisión. Pero en momentos como el de aquel domingo, aunque no dudase de mi fe, empecé a dudar de los hombres.

Ahora sé lo que pasó con Athena, y me pregunto: ¿empezó todo allí, o ya estaba en su alma? Pienso en las muchas Athenas y Lukás del mundo que se han divorciado y que, por culpa de eso, no pueden recibir el sacramento de la Eucaristía, no les queda más que contemplar al Cristo que sufre crucificado, y escuchar Sus palabras (que no siempre están de acuerdo con las leyes del Vaticano). En unos pocos casos, esa gente se aparta, pero la mayoría siguen yendo a misa los domingos, porque están acostumbrados a eso, incluso siendo conscientes de que el milagro de la transformación del pan y del vino en la carne y la sangre del Señor les está prohibido.

Creo que, al salir de la iglesia, puede que Athena encontrase a Jesús. Y, llorando, se echó en sus brazos, confusa, pidiéndole que le explicase por qué la obligaban a quedarse fuera sólo por culpa de un papel firmado, algo sin la menor importancia en el plano espiritual, y que sólo interesaba a efectos de burocracia y para la declaración de la renta.

Y Jesús, mirando a Athena, probablemente le respondió: —Fíjate bien, hija mía, yo también estoy fuera. Hace mucho tiempo que no me dejan entrar ahí.

Paulo Coelho
La bruja de Portobelo